Vivimos en un régimen de violencia generalizada. Cualquiera contra cualquiera. Pero esa violencia no es sólo intencional, como un arranque con puteada por la ventanilla del auto. No, es más el corrimiento de un umbral de imposiciones absurdas contra el otro. ¿A ver cuánto aguanta? Pequeñas acciones que se hacen como si el de al lado no existiera. Ya se van imaginando a qué voy.
Por ejemplo, yo viajo en bondi a la oficina varios días a la semana, desde Balvanera hasta Belgrano. No es un viaje tan sufrido, porque voy “a contramano” de la mayoría. En general logro ir sentado, aunque no siempre. Bajo del ascensor, trato de evitar al encargado del edificio, fracaso, saludo y me río de su ocurrencia del día, me cierro la campera, llego a la avenida, si el bondi viene lo corro, si llego me subo me siento y abro un libro. Paso por Once, el colectivo se vacía, el colectivo se llena. Eso es más o menos igual. Ahora lo que también es bastante igual es que siempre hay un/a pelotudo/a (en esto no hay distinción de géneros) mirando videos o escuchando música con el celular. Uno podría decir, “sin auriculares”, porque para la gente civilizada está previsto el uso de los mismos. Pero, ¿capaz hay cada vez menos gente civilizada? O no se toma ya el auricular como rasgo de civilización.
Ahora a alguien le puede parecer que estoy proponiendo como universal un rasgo de la gente que viaja en bondi, o que viaja en bondi por Balvanera, pero la actitud se extiende a regiones y actividades muy disímiles: también hay gente mirando videos con volumen alto en bares paquetes de Recoleta, por ejemplo. También hay muchas otras actividades que parecen olvidarse de considerar a la persona de al lado como a un sujeto: hablar en el cine, toser sin taparse la boca, escupir en público, apoyarle cosas encima al que va sentado en el subte a ver si quiere comprarlas, jugar a la pelota arriba de alguien que está sentado tomando mate en la plaza, etcétera. Cada una tiene sus condiciones particulares, como estar poniendo en peligro la salud del otro, interfiriendo en su paz mental o simplemente arruinándole un espacio que es de todos, pero por un ratito es suyo. A mi entender, todas están igual de mal.
Me sorprendí, hace unos meses, cuando cientos de personas empezaron a responderme un tuit. Siempre me sorprendo, porque en general la que responde en masa es gente muy distinta a mí, con la que no comparto valores, ni códigos, ni nada, casi no nos entendemos, pero sin embargo están ahí y quieren decirme algo. O quieren decírselo a alguien más, porque a mí no me conocen, pero lo hacen a través de mi tuit. En fin, la cosa fue así: se hizo viral un video con dos jóvenes tocando una canción de Queen en la línea D del subte. Yo lo compartí diciendo que para mí había que deportarlos (no sé por qué usé esa palabra, si eran más porteños que nadie aparte) y comenté esta genialidad de los cariocas: en Río de Janeiro está prohibido tocar o pasar música en los transportes públicos, y lo compensan avisando que hay un “altar de los artistas”, lugar en el que pueden ir a mostrar su arte todos los que lo harían en el subte. Pueden pasar la gorra. ¿No es genial el nombre? Obviamente no fui al altar de los artistas, ni en pedo, pero me pareció una respuesta inteligente: apunta directo al presupuesto chantajero de que “es arte”, y la gente escucha con gusto. La gente escucha porque está obligada, porque no se va a bajar del vagón en medio del camino o cambiarse cada vez que viene alguien a mostrar su talento. Al menos así lo entiendo yo, que nunca quiero escucharlos y valoro mucho el silencio. Al final, si querés escuchar Queen, ¡ponete auriculares y dale!
Concluía mi civilizatorio tuit diciendo que el altar de los artistas tendría que tener un piso-trampa que tirara a los músicos a los cocodrilos. Yo no soy excesivamente buena onda, puede ser. Pero las respuestas que recibí tampoco, y eran de muy distintas especies: algunos me reclamaban que cómo iba a elogiar a Río de Janeiro, que era una ciudad tan fea (respuesta triste y bruta); otros me decían que era un insensible, porque esos chicos estaban ahí ganándose el mango (respuesta sensiblera-moralista-chantajera: eran de clase media y estaban ahí porque no quieren laburar de otra cosa y probablemente vivan con los padres); otros, los peores, me dijeron que era un burro, que eso era arte, que me fuera a escuchar reggaeton. Voy a hacer un silencio:
…
Listo. ¿Eso es arte? La puta que los parió, es un cover meloso de un hit radial. Todo bien con Queen, no es una crítica, pero dos mantenidos haciendo un cover no es arte. Igual, no me quiero enroscar, el tema no son los pobres “gordos mercury”, como los llamó un amigo. Todo esto es un desvío para volver sobre el tema: imponerle escuchar música fuerte a todo un vagón es violento. No importa que lo consideres arte, que sea tu pasión o que necesites plata. Eso es chantaje.
Hace un tiempo un amigo preguntaba: ¿cuánto falta para que veamos gente mirando porno en el celular con volumen alto? La pregunta es muy sugerente. Porque es cierto, a este paso es cuestión de tiempo, y no mucho. Ya tenés gente babeándose en público con culos de Instagram sin que se les mueva un pelo, y otros viendo series de Netflix con el volumen al taco. Falta unir los puntos. En realidad, más que unir los puntos falta mirar la situación general: no hay ley. ¿Alguien le dice algo al que mira culos aunque no corresponda, aunque esté en público? No, no hay problema. Son cosas que se aprenden en casa, si no las aprendió, mala suerte. ¿Y al del celular? No, qué sé yo, tampoco es tan grave. Te la bancás.
Hace poco leí una crónica periodística en que el narrador decía que “el policía del tren ya se ocuparía…”. Acá no hay policías del tren, no hay autoridad. Hay un tipo en la línea B que entra con patines a toda velocidad y hace piruetas con música pop. Capaz lo conocen, tiene la cara quemada y usa mallas de bailarín. Ese tipo, si no lo hizo todavía, perfectamente puede pegarle y lastimar a alguien, revoleando los patines contento. Staying Alive, Estación Pueyrredón, Combinación con Línea H. Un hijo sano del patriarcado en su versión Tinelli. Nadie dice nada, nunca nadie hizo nada más allá de correrse un poco espantado. ¿Soy un ortiva? No sé, la cuestión es que para mí la ley está bien, la convivencia está bien, el respeto por el otro está bien. El silencio es valioso, y no me vengan con el chantaje histórico-fraseológico. Te permite pensar. Después sí, el ruido también es valioso, hagamos fiestas jodiendo al vecino lo menos posible.
El tema es que la tendencia actual a cagarse en el otro está también fomentada por las empresas y el Estado. Eso está claro, y como alguna vez dijo el flaco Spinetta, los de abajo quieren tomar lo que toman los de arriba. Entonces si el Estado se caga en vos, vos te recontragás en el otro. Por ejemplo: los bondis tienen esos ploteados infames con publicidades que no dejan entrar la luz ni que veas para afuera. Para no hablar de los negociados de la ciudad, que ya son otro caso aparte. Pero me refiero a algo más chico, más cercano, algo que te encontrás todos los días y decís “la puta madre, ahora vivo un poco peor”.
En cualquier teatro la gente usa el celular, habla, saca fotos, responde chats: no hay problema. Uno se puede preguntar para qué van. ¿Disfrutan así? Puede ser. El tema con el celular es que ahora todos andan más equipados para joder al otro: salen con linterna, parlante, televisor, todo puesto para que el mundo sea el suyo y que el que les diga algo sea un hinchapelotas o un hijo de puta. El Estado no va a hacer nada porque ya no está para eso ni para nada. Ni el Estado ni las autoridades de los lugares. Así el trato se degrada. En la vía pública nos encontramos con cada vez menos sujetos de derecho y con más bultos orgánicos, seres en estado de naturaleza. Los espacios públicos tienen que ver con la ciudadanía: sin ley y sin respeto el universo es privado, de cada uno, sálvese quien pueda. O nadie se salva solo ni mal acompañado.
De nuevo: ¿cuánto falta para que la gente vaya mirando porno con el volumen alto en el colectivo? ¿Y qué mundo es ese?
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PD. Los días siguientes a escribir esto me quedé pensando: “¿qué me van a decir?”. Qué clasemediero, llorón, una vieja indignada. Dije bueno, sí, pero es lo que pienso, qué sé yo. Después aparecieron esas imágenes de la chica ucraniana de 23 años asesinada en el tren. El caso es un espanto, pero locos e hijos de puta hay en todos lados. Lo peor, lo más alarmante es que nadie a su alrededor hace nada. NADA, ni siquiera gritan, lloran o llaman al 911. Y ahí pensé que sí, que quiero publicar esto.
El otro día me pasó eso de alguien con el volumen fuerte en el asiento de enfrente, pero no era en un bondi, era en un avión. ¿Eso lo hace más grosero por se más caro? Obviamente no, pero es lo primero que pensé. El punto es que el pibe miraba videos propios (avión, ergo, sin internet) y de pronto se le escapó un video selfie porn o algo así y tardó unos segundos es pasarlo, el muy pajero.
ResponderEliminarMe quedé pensando en esto (tardé, sorry). Me imagino que no, pero ya que dijiste "videos propios" y después "selfie porn"... eran videos de sí mismo? Dios nos guarde.
EliminarSi no, y simplemente era una selfie ajena: claramente el avión es peor!! Tenés asientos fijos, un viaje largo, no mucho lugar adonde huir... un desastre.
Me hiciste acordar que el año pasado volviendo solo desde Estados Unidos viajé al lado de una piba que olía MUY MAL. Alrededor de 20 años, viajaba sola también. Se puso una cofia, se sacó las zapatillas y casi me mata. Tuve que viajar con el ventilador del techo abierto dándome a la cara a ver si lograba respirar. No me dio quejarme pero estuve a punto jajaj