Presentación - Literatura de Base de Martín Gambarotta

[Texto leído en El vómito en noviembre del 2024 a raíz de la presentación de Literatura de base, libro que reúne los ensayos de Martín Gambarotta, publicado por la editorial Mansalva.]


Quiero empezar destacando que Literatura de base es un libro que fue escribiéndose durante treinta años, y que impresiona su coherencia si tenemos en cuenta esa particularidad. Por eso Emilio Jurado Naón pudo compilarlo como lo hizo, ordenando por temas, formatos, soportes, y aun así los textos, sin estar ordenados cronológicamente, funcionan como un todo. Siendo Gambarotta un poeta que escribió relativamente poco pero con una gran determinación, o seguridad, respecto de lo que estaba publicando cada vez, este libro con su prosa reunida sigue la misma tendencia. Para treinta años no sé si son pocas páginas, pero sí que tienen el alto grado de precisión que tiene también su poesía. No hay palabras de más, ni cuestionamientos a los textos anteriores. 

Yo quería primero hablar un poco de la mirada que tiene el libro hacia el pasado. Porque muchos de los textos tienen como principal función construir una tradición. Eso es algo que Martín toma de Pound. Cito: “Lo que Pound básicamente enseña es que uno como vanguardista es libre de inventarse su propia tradición”. Y esas tradiciones inventadas están en el libro, empezando por el propio Pound. Entonces podríamos preguntarnos para qué sirve una tradición y qué se toma de aquellos que uno lee. En última instancia a partir de eso se construye una idea muy particular de qué es la literatura. 


La primera tradición que se inventa Martín es la que empieza con el modernismo anglosajón. Hay una lectura de Eliot y de Pound como el comienzo de una vanguardia poética que sigue teniendo efectos, pero principalmente de Pound hay un aprendizaje a nivel práctico sobre cómo pensar la literatura y cómo se puede actuar en el mundo literario. Hay cuestiones estilísticas como la claridad de la imagen o las voces teatrales de La tierra baldía, pero más generalmente lo que se toma es la forma de eso: pensar que se pueden construir dogmas propios para escribir, y que esa lista de dogmas es abierta, puede renovarla cada uno y cada una de cara a un texto nuevo. Y a su vez, lo que podría pensarse como una ética de la escritura que contiene y excede al texto mismo: escribir es una intervención que a su vez participa de una cierta tendencia o política cultural más amplia. Por eso se habla de generaciones, de lo que se debe y no se debe hacer, de etapas de esas mismas generaciones, etcétera. Vemos que esto es muy distinto a la idea bastante extendida de que un autor va y escribe su obra, escribe buenos o malos libros, y chau. 


Eso que empieza con Pound y Eliot continúa en una lectura de los objetivistas, que son un poco menos conocidos: Louis Zukofsky, Carl Rakosi, Charles Reznikoff, George Oppen, Lorine Niedecker. Breve comentario al margen: creo que está bien hacer una reivindicación de estos poetas. Estuvieron de moda en algún momento y ya no lo están tanto. Son poetas muy buenos, muy vigentes. En esta lectura para mí ya hay algo más personal de Gambarotta. No quiero decir que la de Pound y Eliot no sea personal, obviamente sí, pero el proyecto de investigar, leer seriamente, adoptar a los objetivistas como padres literarios, eso es más particular. Casi se podría decir: Pound y Eliot ganaron, son los consagrados, y por lo tanto es más esperada la referencia. 


Entonces, aparece una atracción por estos poetas, particularmente Zukofsky y Rakosi. Pero todos ellos tienen algunos puntos en común: son judíos, son marxistas (algunos afiliados al Partido Comunista estadounidense), no triunfaron con su escritura, son inmigrantes o hijos de inmigrantes. Para los que leyeron Punctum, Seudo, o cualquiera de los libros de Martín esto podría resonar. Y a su vez procesan eso en una escritura muy formalista, a veces un poco críptica, y justamente objetual en la construcción del texto. Para decirlo rápido, piensan el texto como un objeto, como un artefacto; no tiene mucho que ver con la idea superficial del objetivismo como “hablar de los objetos” o de las cosas que tenemos alrededor. La tradición que elige Martín está compuesta por estos tipos que tensionan su escritura con su vida política, que no están en el centro de la escena y que en última instancia están dispuestos a fracasar, o escribiendo como si ya hubieran fracasado. Esto es una postura ética: hay un tipo de buena poesía que está jugada al fracaso. No quiere decir que toda buena poesía sea así, pero esa está. 


Esa tradición tiene una instancia más, lo que a Martín le permite decir que el modernismo anglosajón tuvo mejor continuidad en Latinoamérica que en otras latitudes, que es la lectura que hace el chileno Gonzalo Millán. Martín habla elogiosamente del poema La ciudad, un poema largo que Millán escribe exiliado durante la dictadura de Pinochet, y que desarrolla un lenguaje aplastado por el contexto político. En un momento lo va a entrevistar y Millán le dice que está leyendo a estos objetivistas que mencionábamos. Creo que acá con Millán aparece la cuestión de la no-declamación. Es decir que, aunque la poesía política pueda hablar en términos directos (como dice Martín, llamar “tirano” al tirano Pinochet), eso no es lo importante. Lo más novedoso es justamente que salga de eso, que salga de lo que pueden decir las voces oficiales de las organizaciones que se oponen a Pinochet, que proponga algo más (que los discursos dominantes). Al tomar y procesar todos esos elementos, esa tradición llega hasta Martín. 


Esta sería la tradición poética que arma Literatura de base. Hay una segunda, ya más nacional y política pero que no deja de ser literaria también. Es más interdisciplinar, digamos. Acá lo podemos discutir después, capaz se mezclan algunas cosas pero tengo razones para hacerlo así. Esta tradición empezaría con el vanguardismo político de los ‘70, la lucha armada y las agrupaciones revolucionarias. O siendo más precisos: no empezaría en los ‘70, sino con la herencia de los ‘70. Es una tradición que empieza al decir “la lucha armada fracasó, ahora qué se puede hacer”. En ese sentido resuena lo del objetivismo, es una ética y una estética de los que desde el vamos perdieron, aunque esto no quiere decir que esté todo dicho. 


Entonces podríamos decir que esta tradición tiene un doble comienzo, algo que Martín desarrolla en El álbum rojo, para mí el más genial, el más central de los textos del libro. Por un lado empieza con el asalto al cuartel de La Tablada. ¿Por qué? Porque se puede leer esa masacre como el final definitivo de la lucha armada. Tomen esto con benevolencia, pero si uno lee su efecto, su resultado performático, el enunciado del asalto a La Tablada es: la lucha armada ya no tiene lugar. El segundo comienzo de esta tradición es con Los Redondos. En otro ensayo central, Martín analiza cómo Patricio Rey y sus redonditos de ricota, o específicamente el Indio Solari, cifran el presente de la juventud en el rock. El infierno de los ‘80 como postdictadura, la represión policial, el neoliberalismo que comenzó y va a seguir. 


Acá hago un pequeño paréntesis para comentar algo. Si partimos de acá ya podemos aceptar una cosa, una de las lecturas principales que yo puedo hacer de este libro: Literatura de base funciona como una historia reciente del conflicto político en sus distintas dimensiones. Digamos que en la postdictadura el conflicto se vuelve cultural, pasa a un espacio marginado de la gran política (al menos hasta el nuevo siglo), pero eso que se margina empieza a desbordar a muchos otros ámbitos, sobre todo en obras artísticas. 


Y entonces se puede comparar con el otro gran ensayo que se escribió sobre la postdictadura: Los espantos, de la filósofa Silvia Schwarzböck. Resumo la tesis de una forma un poco superficial: la dictadura arrasó el proyecto de vida de izquierda que había en el país, lo reemplazó por el reinado absoluto de una vida de derecha, una vida donde no puede haber una irrupción política, donde la socialdemocracia tiñe todo de falso consenso. Pero ahí hay una diferencia clave, porque para Silvia el conflicto prácticamente no se marginó, sino que se lo exterminó. Se puede decir que Los espantos es la historia de la derrota (de un proyecto de vida de izquierda). Y eso no pasa en Literatura de base; el libro de Martín parte de la derrota pero para encarar el conflicto, lo que pasa con los derrotados, ese nervio que sigue transmitiendo información. Es el hermano díscolo del libro de Silvia. 


Leo unos versos de Punctum que retratan esto: 


La guerra termina pero sigue

en la cabeza del combatiente. El combatiente

más peligroso no es el que está cerca de la victoria,

el combatiente más peligroso es el combatiente resentido,

que se sigue considerando un combatiente

después de la guerra,

retirado, con una barba a medias, sentado en la tribuna

mirando el clásico local que gana Deportivo dos a cero,

reacomodando las ideas que caben

envueltas en una hoja de parra.


Quiero decir que lo importante es que sigue habiendo ideas que caben en una hoja de parra, envueltas, pero listas para poner a hervir. Entonces lo que comienza más concretamente con Los redondos es una tradición, la tradición, hoy podemos decir gambarottiana, que consiste en cifrar el conflicto político y social con cierto espíritu vanguardista. Oficialmente se perdió, pero el conflicto sigue. ¿Cómo? 


Decíamos que esto excede la disciplina, porque a diferencia de lo que creía Pound –que la poesía tiene siempre las antenas más sensibles para captar lo que está pasando– acá puede ser cualquier disciplina. Entonces en paralelo viene el interés por la literatura, y Martín dice que empieza leyendo a Saer. Pero en esa lectura encuentra cierta insatisfacción, sobre todo en la falta de, o en cómo aparece la política en los textos. Como si fuera algo un poco viejo, una postura a la que no le interesa lo que está pasando a nivel político. Y eso se corrige cuando escucha leer La zanjita a Juan Desiderio. Entonces, después de Los Redondos hay un heredero, un soporte que está pescando lo que ya no pesca nadie: la poesía. Esto es un poco esquemático, es más que nada para ubicarse. Después de esto, por esos años, Martín se pone a escribir Punctum. 


Lo que quiero decir, recapitulando, es que hay una tradición poética vanguardista, una voluntad de trabajar teniendo en cuenta el contexto de lo que está pasando que es heredada, que llega de Pound y los demás que ya mencionamos. Es una tradición que entiende la actividad literaria como política cultural. Y hay otra tradición que es política, o heredera de un fracaso político, que entiende que tiene que cifrar un mensaje basado en lo que está pasando en la sociedad: que tiene que entender, diagnosticar y a partir de ahí escribir. 


Lo que yo quería mostrar es esta historia del conflicto, cómo Martín va siguiendo el punto más álgido, quién está percibiendo con más claridad lo que pasa y puede hacer una obra de arte con eso. La idea de que el arte, o la poesía, es un medio de comunicación que tiene que transmitir ese diagnóstico, eso que uno pudo captar y no circula en el discurso oficial. Puede parecer básico, pero es algo que arma Martín y que a uno le puede servir para empezar a leer, o para tener un mapa de cierto tipo de escritura que es muy potente y sin dudas no es la más popular del mundo tampoco. Una idea de vanguardia consciente de un contexto social y literario, donde el objetivo es dar con la tónica del presente.


Y volviendo a la comparación con el libro de Schwarzböck, Los espantos tiene algo curioso, casi que genera indignación, que es que termina su análisis en el 2003. Genera indignación digo porque viene hablando de la vida de derecha, viene mostrando un clima de socialdemocracia y falta de conflicto, y ese panorama no parece ser exactamente igual que el del kirchnerismo. Entonces uno siente que se terminó el libro y Schwarzböck se guardó algo, no lo dijo todo. No sé si a otros les pasó, yo sentí eso. Quiero decir, ¿qué pasó con el kirchnerismo? ¿Es la misma vida de derecha en una especie de teatro de la confrontación? ¿O qué? ¿Y si no es así, por qué no lo dijo? En fin. Eso no puede pasar en Literatura de base. Es imposible porque el conflicto nunca se va a morir. Porque siempre va a haber alguien que aunque lo hayan molido a palos va a estar maquinando con cómo enfrentarse a la derecha o a los monstruos que sea. 


El punto en que Schwarzböck termina Los espantos, a Martín le sirve para seguir hilando tradiciones. Hay una serie de textos muy buenos que rastrean los cantos y las apariciones de la JP en los ochenta y noventa, y qué de eso reaparece durante el kirchnerismo. Esa tradición, digámosle como Martín “peronismo revolucionario”, que no ha sido vencida y vuelve a levantar las banderas. Primero en la marginalidad, siendo pocos y recién arrasados, pero imponiendo consignas. Después, eso resonando en toda la sociedad argentina durante el kirchnerismo. Ahí hay algo más del arte como medio de comunicación: los que escriben, al momento de escribir pueden ser marginales, minoritarios. Pero se escribe con el espíritu de que eso puede resonar, puede amplificarse, puede afectar a una masa y volverse central, sobre todo si es correcto el análisis. Ese es el caso de Los Redondos, pero también la JP que después ingresa al gobierno. Eso también es poundiano o modernista en última instancia, la confianza en que una minoría puede torcer el rumbo de la historia, así como que el arte tiene una función social, civilizatoria. 


Hasta acá lo que yo considero la visión hacia el pasado de Gambarotta, algo que puede servir para entender su propia poética y una forma de pensar qué es la literatura. Pero también hay otro enfoque más hacia el presente o el futuro, que está un poco más encubierto pero también es muy potente. Vuelvo a la cuestión de que el libro fue escrito durante treinta años: son treinta años de escritura en tiempo presente, con los acontecimientos todavía frescos. Casi ninguno de los textos habla de cosas que hayan pasado más de diez años hacia atrás. Incluso en casos como el texto sobre Oppen o el de Rakosi, son a raíz de traducciones recientes y se nota un interés en la actualidad de esos textos. 


Hay también un interés a futuro, una idea de perpetuar y dar espacio a lo más interesante que está pasando en un momento. Eso se puede pensar como una herencia de Pound pero también bastante clásica de una formación política militante: hay que transformar la realidad pero también hay que formar los cuadros que van a seguir transformándola, hay que presentar y fogonear a los que vienen. En el ensayo “Soltar la lengua” Martín habla de cinco poetas contemporáneos a él que le interesan, y los reúne en una tendencia estética de tratar el habla que tienen en su entorno como materia prima. Unos años después, en una entrevista que le hace Nicolás Vilela también incluida en el libro, Gambarotta va a decir que eso que le interesaba de la poesía posnoventa no se consolidó. Cito: “Veía esa veta como una etapa superior –para hacer un chiste– del noventismo, una cosa más de partido que de movimiento. Eso que me entusiasmaba a mí no sé si llegó a entusiasmar.” Me parece que más allá del resultado que eso haya tenido, esa “decepción” –por llamarla de alguna manera– lo que muestra en realidad es que Gambarotta en su cabeza tenía un proyecto, una idea de por dónde había que seguir colectivamente. La idea de que hay una tarea del escritor que es hacer política cultural, no sólo escribir su propia obra sino entender las condiciones previas y crear las condiciones posteriores para que esa obra y las demás que se están haciendo en un momento se expandan y se desarrollen. 


Ahí hay algo que a mí al menos me entusiasma mucho y creo que  hay que aprenderlo en la actualidad. Esa visión de futuro también se ve en un momento que Martín habla del posfacio a La obsesión del espacio, de Zelarayán. Dice que es un texto interesante para dárselo a alguien que está empezando y preguntarle qué le parece. Ese gesto aparece más de una vez en Literatura de base, este es sólo un ejemplo. La idea de “el que está empezando”, que en realidad puede ser alguien o puede ser un estado mental, puede ser el empezar mismo en el que uno siempre podría sumergirse. Pero hay una valoración del “empezar a escribir” que a mí me resulta muy democrática, muy hospitalaria. Porque en eso Gambarotta no es tanto predicador de una estética particular como de una ética generalizada. Cada uno o una tiene que encontrar sus condiciones, su lectura para empezar a escribir.


Me acuerdo que hablando de Alejandro Rubio, Martín dice que su poesía “no es banal”, pero aclara, “no es que eso sea malo para toda poesía”. Dicho por alguien cuyos textos –y cuya forma de leer– expulsan totalmente la banalidad, es algo muy abierto. Las premisas a partir de las cuales alguien escribe son casi personales, lo que es una condición necesaria es la prescripción ética de tener esas premisas, de haberlas tratado seriamente, en última instancia de ser honesto con la propia escritura. Otro momento del libro en que se nota esto es cuando Martín pondera la demora de Los redondos en sacar su primer disco: “Es muy fácil caer en la trampa de editar muy pronto, y esto corre en especial para la literatura, que por momentos se puebla de estafadores dispuestos a cobrarles caro a los más jóvenes por sacar un primer libro de versos malos. El asunto del momento que Patricio Rey elige para sacar su primer disco no es menor. No está mal pagarse una edición. Lo que está mal es errarle al momento de hacerlo.” ¿Qué sería errar? Publicar por publicar, no por estar seguro de que se llegó a un resultado que merece comunicarse.


Bueno, entonces está esa mirada hacia el futuro que consiste en pensar qué y cómo debe escribirse y actuar a favor de eso. Y eso funciona también en relación a la idea de que la escritura no es más que un medio de comunicación, y uno especialmente efectivo. Entonces si tenés algo para decir, si captaste algo de la realidad que no se está diciendo, siempre va a haber espacio para ponerse a ensayar y pensar un objeto, un sistema sea textual o de otro tipo, diseñado especialmente por vos para transmitir eso de la mejor forma posible. 


Para terminar, me parece que si Literatura de base es un libro por sí mismo y no una compilación de textos geniales, es porque además de trabajar el contenido de lo que Martín piensa de la literatura, de la realidad, de la política, muestra la forma en que llega a esas conclusiones. Se ven los procedimientos por los que alcanza esos diagnósticos, esas ideas, en última instancia esos poemas. En ese sentido, más que Los redondos en particular importa lo que que se puede leer en una banda de rock, o cualquier otra obra de arte, prestando atención a los elementos que va plantando en una época determinada; más que el asalto a La Tablada en particular importa cómo se puede leer un acontecimiento político en la historia y la cultura de un país; más que La zanjita en particular, importa con qué predisposición se puede ir a escuchar a un tipo de veintipico de años recitando poemas, y cómo el estado que eso genera te puede llevar a escribir tus propios poemas; etcétera. Hay muchos más ejemplos, todos igualmente nutritivos. Para eso vale la pena leer el libro.

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