Proyecciones del realismo moral - Notas para hablar de Rubio
Primero, tengo que decir: yo no tengo anécdotas con Rubio. Ni simpáticas, ni esclarecedoras ni mediocres. Por eso tengo que remitirme a la obra. También tengo que decir que yo ya fracasé una vez al tratar de hablar de Rubio. Era una reseña de su poesía completa, titulada La enfermedad mental, que quise hacer y no me salió. Quise hacerla porque me parecía una obligación, porque era un libro importante que había esperado mucho (ya no se conseguía). No me salió porque no tenía nada para decir. La sensación era, puntualmente, que la poesía de Rubio ya estaba analizada. El libro había sido publicado con tres prólogos –uno de Helder, uno de Mazzoni y uno de Avaro– y un epílogo escrito por el propio autor. También estaba la entrevista larga hecha por Planta y el texto introductorio en La tendencia materialista. Entonces, ¿qué podía agregar yo? ¿Qué podía agregar alguien que no lo había conocido, no había discutido, y recién leía sus poemas con toda esa intervención de por medio?
En ese momento no me resultó claro. Había una pista, y era que la publicación no había tenido una sola modificación en los doce años que habían pasado desde que había salido por primera vez y su reimpresión. Era sospechoso. Si bien yo no, ¿nadie más había podido decir nada sobre Rubio? ¿Qué había pasado, no había escrito más? La conclusión era esa: hay una lectura por hacerse, la de mi generación. Porque entre Rubio y yo hay una generación que crea las condiciones de lectura, y es la de Planta. Si yo leo a Rubio es por ellos que lo recuperan, y lo hacen en un sentido concreto. A Rubio no puede pasarle lo que a los Lamborghini, que aparecen muchas veces lavados y despolitizados. De eso ya se ocuparon en Planta. Entonces tenemos una tarea más novedosa, que es pensar para qué nos sirve a nosotros, en nuestro contexto, este tipo de textos.
Y ahí aparece otro problema, que es el problema de qué significa pensar. Porque en Buenos Aires, la ciudad de las viudas, pensar es apropiarse de lo que dijo otro que ya no puede hablar y aplicarlo a los fenómenos. No está muy bien visto, o demasiado ejercitado, pensar en nombre propio y decir “qué sé yo, se me ocurrió”. Por eso decía lo de las anécdotas. Hay que tener cuidado porque esos recursos de autoridad en general protegen alguna reflexión no muy lúcida, poco valiosa por sí misma. Y el problema de las viudas es que cristalizan algunas ideas pero ya desactivadas. Yo no digo que sean falsas, pero repetidas cuarenta veces algunas nociones como “la bondad de los buenos”, “progresismo", “francotirador”, “agresivo”, “peronista”, etc., se empobrecen. Es una dificultad, pero si no hay alguien que defienda las lecturas –aun las correctas– se empiezan a acumular estos usos instrumentales de los poetas, todo un mercado de los nombres propios. Solo digo eso, hay que tener cuidado con decir muchas veces lo obvio porque cambia de registro y se esloganiza. Salieron muchas notas desde la muerte de Rubio, algunas mejores que otras; todas lo que hacen es articular algunos nombres propios en un sistema deseado y propuesto por cada autor.
Entonces, volviendo al eje de la cuestión, decía: yo quise decir algo sobre Rubio en ese momento y fracasé. Solo pude hacer algo particularmente pobre, que es decir “hay que decir algo más” y no decirlo. Pero bueno, acá hay una segunda chance. Se me ocurren tres puntos para escaparle lo más posible a repetir los lugares comunes de lo que cualquiera puede decir sobre Rubio:
Podría ser que se haya agotado el análisis posible de la obra. Que al menos por un tiempo haya que dejar de analizar a Rubio, y quedarnos con lo que ya sabemos que nos dio. Releer la antología de Planta, la entrevista, etcétera. Poco tentadora.
Que lo que se haya agotado sea la lectura de esa parte de la obra; que para salir de estos lugares comunes haya que salir de La enfermedad mental y dedicarse más insistentemente a los ensayos, a Diario, a los libros de poemas que quedaron afuera.
Una última opción es que esas mismas piezas, “progresismo”, “peronismo”, etc., tengan que volver a acomodar sus jerarquías de acuerdo al contexto actual. Progresismo no significa lo mismo siendo gobierno antes de Macri que ahora. La “crítica a los buenos”, ¿es necesaria estando en retirada y reorganización? No parece.
Habría que encontrar lo que en filosofía se llama un punto arquimédico, un elemento seguro que nos permita reordenar las cosas. La crítica a los propios, como en el caso de Wittner o Laguna, o la crítica a los inventos poco respetables como Fresán, ¿de qué sistema forman parte? ¿En qué contexto merecen existir?
Para mí ahí hay un concepto clave que es el de realismo moral. Él dice en una entrevista que lo saca de Harold Bloom, lo digo por si alguien lo quiere buscar. Creo que él lo arma a su manera, que para él se puede buscar un sentido específico. Eso es algo más que también hay que decir: hablar de Rubio también es jodido porque tiene una claridad incomparable. No te enrosca, no es críptico. Los poemas pueden ser más o menos difíciles, pero en un punto siempre termina diciendo “yo hago esto, por estas razones, en este contexto”. Entonces puede parecer que no hay nada para agregar. Pero sí, porque hay que hacerlo hablar ahora que él no puede seguir hablando pero nos dejó toda su obra, que está proyectada hacia el futuro. Cuestión: ¿qué quiere decir “realismo moral”? Usar las palabras para decir la verdad. Es una estética y una ética. Como artista que se vale de las palabras, usarlas para decir la verdad de lo que está pasando. Hay un artículo que se llama Antiintelectualismo, donde Rubio recupera a Jauretche para criticar la figura del intelectual. Entre intelectuales hay consenso, amistad, camaradería. No se pueden enfrentar porque forman parte del mismo gremio. Como dice en ese artículo: lo que Horacio González le tenía que decir a Sarlo era que no se escribe en La nación inocentemente. Y se lo tenía que decir porque lo sabía y porque es verdad.
En el contexto de Rubio post La enfermedad mental, él para mí opera como un evangelista del realismo moral. Así funciona la crítica en Inrockuptibles, Diario, etc. Son textos que quieren alertar que no se está diciendo lo que se tiene que decir, que se armó un sistema para que se pueda participar del mundo cultural sin decir la verdad. ¿Y por qué en el mundo cultural? Creo que ahí Rubio hace una lectura de contexto y ve que a nivel político gobierna el peronismo, que de una forma u otra la cosa se acomoda. Pero sigue habiendo un quiste en el campo cultural, algo que no se mueve y que en algún momento se va a poner más jodido. Por eso en “La literatura argentina es el mal” está esa recuperación del barro. La literatura siempre fue guerra, ¿qué pasa que no hay más guerra? Ese estado de cosas le sirve a algunos, pero el resto está en babia. Hay una onda de que está todo bien, de que somos todos amigos. En Diario también, escribe contra ese sistema en términos de no pactar, de no decir “yo me pongo tu uniforme y vos me das de morfar”.
Ahora querría decir algo sobre los poemas para comentar la particularidad que veo en los que quedaron afuera de la obra reunida –que terminaron siendo varios. Identifico un problema en esta misma línea de no pactar con el régimen establecido, y que puede ponerse en términos estrictos de filosofía política: una contradicción persistente entre la ley y la justicia. En El poema no es el tema hay dos poemas más largos que cierran el libro. En el primero se lee: “Tenés el derecho básico y fundamental de estar vivo. / Tenés el derecho de estar muerto. / Tenés el derecho a encomendarte a San La Muerte, / Tenés el derecho a tener tu religión, / La que quieras”. Después sigue una meditación sobre la libertad de fundar una religión. Acá ya se ve, por omisión, que el derecho realmente existente es metafísico, abstracto. No tenemos ningún derecho real al bienestar material. El poema siguiente, titulado “La reforma”, dice: “Artículo 1. Tierra, trabajo, libertad, educación y alimentación. Estos son los componentes materiales necesarios para fomentar lo que Theodor Adorno denomina la felicidad corpórea del individuo, objetivo principal de la política”. Este hilo recorre varios textos. El problema no es hacer cumplir la ley, sino refundarla.
En este período aparece una posibilidad de agencia, aunque sea desesperada, del lado de la sociedad civil. La ley de la socialdemocracia es injusta, y ese es el diagnóstico necesario para empezar a actuar. En Wachiturros, por ejemplo, se lee: “El negocio de la prostitución demuestra patentemente que no hay ley versus transgresión de la ley, sino sólo una zona gris donde ley y transgresión se encuentran, se alejan, se conocen y negocian”. Es como si la conciencia de que desde que entramos en neonatología no somos ni libres ni iguales inhibiera la posibilidad de patalear, de demandarle a otro. O se actúa o se revienta. En palabras de Rubio, “se acaba el nacer y empieza el hacer y el ser hecho”. Uno de los ensayos del libro se trata de un gran cliché del progresismo cultural: la decadencia de la cultura. Pero si bien quejarse es un derecho adquirido, no apunta a ninguna solución. Cito: “Si uno dice que según los códigos auditivos y visuales toda reproducción de los Wachiturros y los mismos Wachiturros deberían ser prohibidos, traiciona a la experiencia primera, que es simplemente: ahí están los Wachiturros, algo hay que hacer”.
Esta idea de experiencia primera aparece en general como un índice intuitivo de la moralidad. En términos de filosofía política moderna, cuando la ley es perversa, insoportable, se cae en algo peor: el estado de naturaleza. Todos contra todos, cada uno con su intuición, apelando a algo más alto. No es lo mejor, pero es lo que hay. En un poema de El poema no es el tema, un pony le rompe el esternón a alguien de un cabezazo en un cumpleaños. La conclusión del poema es: “queda entre el horror y el trago de vino / el súbito de una ocasión de justicia”. Cuando no hay ley, la justicia es justicia por mano propia.
En Moral aparece ese problema en términos de corrupción. Dentro de este extraño ensayo sobre la moral (“La moral es una cuestión psi-co-ló-gi-ca. Mal y bien dentro de mi cabeza”), hay un relato sobre un policía violento y corrupto. “El perro guardián que cuida al policía me cuida o no me cuida a mí. Recién empiezo y ya sé que necesito un arma. Técnica, no moral, herramientas, instrumentos, grandes máquinas, para salvar mi vida de las horrendas fauces”. El policía le susurra al oído al protagonista: “No hay bien (...), no hay ley: yo la represento”. En el presente, para pensar y actuar conforme a la justicia, para ser un moralista, no se puede estar del lado de la ley injusta.
Ante este diagnóstico, ¿qué queda? Hay en Iron Mountain, el último libro publicado, un poema alentador (“Esperanza”): “Nosotros, inermes, / confiamos en los vastos números. / Cfr. la historia rusa”. Si se puede seguir pensando en términos de “qué hacer”, es contra la ley metafísica, hacia la justicia material realizada a través de la organización. Para ser realista y moralista hay que estar pendiente de tres elementos principales: las mayorías, la justicia social (es decir, material) y la acción política.
…
Acá aparece otro aspecto que no tiene ningún otro poeta de su generación, y yo creo que de ninguna posterior: su locura. No lo digo en términos de salud mental o diagnóstico, que no tengo ni idea. A lo que apunto es a que Rubio es el único que abandona la paranoia, la conspiración, el diagnóstico. Tiene una certeza absoluta y se la pasa actuando. Ve una presa y arranca, tiene un momento y la pudre. Cambia la crítica interna por el tiro a discreción. En eso me hace pensar en Fogwill; operan constantemente sin miedo, son atropellados. No le dedican demasiado tiempo, al menos eso parece, a pensar cuál es el momento perfecto. El diagnóstico es inquebrantablemente moral: ¿qué está bien? ¿Qué es verdad en este contexto? Con esa información mínima se procede. Y ese es el peronismo un poco perdido hoy –creo yo– que recupera Rubio: es peronista en lo que tiene de audaz, pragmático, resultadista y deseoso de tomar el poder. Si va hacia la justicia, el resto le chupa un huevo.
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