Nenismo y crueldad

 Circula un fragmento de video de Martín Kohan diciendo que está de moda la crueldad. Sí, estoy de acuerdo: Adorni sale a decir “saluden a Télam que se va” mientras la gente se queda sin trabajo, y las redes están llenas de jóvenes y –no tanto– que dedican horas a  insultar a quienes detectan como “kirchos”, “peronistas” o “zurdos”. Se festeja el malestar del otro. Lo que a mí me hace ruido es que esa crueldad proviene de un tremendo vacío, de una falta inmensa de interioridad. 

No digo esto para justificar o minimizar. Si no para poner en valor lo que algunos, en mayor o menor medida, sí tenemos. En Twitter puse una cosa sobre Adorno y en qué contexto lo había leído (estudiando con profesores geniales, enamorado, más joven, etcétera); algunos usuarios desconocidos (supongo que son los famosos “trolls”) dejaron sus comentarios bardeando: que la edición era fea, que la Escuela de Frankfurt eran “los padres de los pseudo progres”, que vuelva a cocinar hamburguesas en Mcdonald’s (lugar común pelotudo acerca de cuál es el trabajo por excelencia post Puan). En general los mandé a la mierda y listo, pero uno se enganchó contestando. Me decía “uuuy, cómo te dolió!”. A lo que le terminé diciendo que no me dolía, que estaba con mi novia leyendo el diario antes de almorzar y que no sabía por qué le estaba respondiendo. Su comentario final me desarmó: “claro, sí, seguro tenés novia y estás leyendo el diario”. Que el tipo vea tener pareja y estar al pedo leyendo un domingo como algo que uno querría fingir me parece desolador. No le dije “estoy en la playa con un mojito y no necesito trabajar”. 


La cuestión es que esta persona, como debe pasar con tantas otras, está hecha mierda. De otra forma, no tendría sentido dedicarle el día a insultar a gente que no conocés y reírte de los demás detrás de un avatar. Y eso para mí explica, en última instancia, el fanatismo por Milei. Desarrollo: Alejandro Rubio, en su “Autobiografía podrida”, dice que los ricos de este país nunca van a entender el peronismo: creen que, como en el cuento de Borges, los laburantes son todos unos boludos engañados por Perón y una mística barata. Y el laburante, en cambio, ve en Perón a un tipo pícaro y taimado, alguien con quien se identifica. Bueno: hoy, muchas personas, y entre ellas muchos jóvenes, se identifican con un tipo que está hecho mierda: sin nadie que lo quiera, violento sólo con los más vulnerables, incapacitado para tener una conversación.


Entiendo que algo de esta subjetividad que se volvió hegemonía es lo que nombra mi amigo Santiago Trinchero cuando habla de “nenismo”: jóvenes que deliran ser grandes machos, hechos de abajo, duros con las minas, exitosos, y en realidad lo único que tienen es una pobre vida en la que solo pueden mirar para afuera: si el otro es zurdo empobrecedor, si cobró o no del Estado, si estudió algo relacionado a humanidades y aporta al desarrollo industrial de la nación, entre otros temas que, si no pudiste mirarte a vos mismo un segundo, son boludeces.


Por último, esta cuestión me hace acordar a un texto de Tomi Baquero Cano, en el que reflexiona sobre la falta de alma en la actualidad. ¿Qué quiere decir no tener alma? Por cómo yo lo entiendo, no tener el tiempo ni el espacio suficiente para alojar algo dentro de uno, para trabajarlo, para dejarlo estar. No poder estar sin mirar las noticias, las redes, lo que hace el otro, videos de tiktok, etcétera. Pensar en un tema, colgarse, escuchar un disco, ir a una muestra, estar al pedo con amigos. Sé que esto suena muy cursi y boludón, pero realmente la vida en común, sea en presencia o mediada por la cultura, es lo más potente para vivir estos tiempos de locura. Y en ese sentido, uno es potencialmente –en la medida que se cultive, por decirlo de alguna manera– mucho más sólido que alguien dedicado a despreciar: porque puede construir, ensayar, compartir, y eventualmente quedarse solo, pero con una interioridad un poco más densa.


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