Vajilla y democracia
Recientemente descubrí un nuevo gusto que apenas puedo moderar: la vajilla. Me pasó en un museo donde, además de obras, había piezas decorativas de principios del siglo XX; más específicamente hechas en Viena. Decir que ese período fue una explosión en casi todos los aspectos creativos es una obviedad: desde la música y la pintura hasta la Wiener Werkstätte, es una época que cualquiera habría querido al menos presenciar por un rato. En la sala de arte decorativo había muebles de madera oscura curvada, relojes de cobre brillante con sus mecanismos a la vista, polveras con joyas engarzadas. Pero lo más importante es que había vajilla: copas, vasos, cubiertos, saleros y básicamente todo lo que uno tiene día a día en su mesa. Más allá de la supuesta belleza que puede tener una copa extravagante en sus colores y formas, hay algo que emociona de la propuesta en sí misma. Si uno recorre el salón reponiendo la música nocturna e inquietante que componía Schönberg en esos mismos años, en esa mi