Oloixarac: Mona, fase superior de la red
A través de la obra de Pola Oloixarac (Buenos Aires, 1977), compuesta hasta ahora por tres novelas, puede rastrearse un devenir del mundo cibernético. Para realizar su diagnóstico, la autora se concentra en tres estadios sucesivos que funcionan como nudos; allí fluyen, como fuerzas libradas a su propio hacer, los distintos personajes que pueblan los textos. Teniendo en cuenta la distancia temporal entre cada novela – siete años entre Las teorías salvajes (2008) y Las constelaciones oscuras (2015), y cuatro entre la última y Mona (2019)– se percibe la lenta mutación entre una situación y otra: como flexiones del mismo organismo, antes que universos radicalmente diferenciados.
Las teorías, primer estadio
Como señala acertadamente Beatriz Sarlo, Las teorías salvajes funciona en sus mejores momentos como una microetnografía cultural de la era Google. El grupo que nuclea Kamtchowsky, transitoria protagonista de la novela, habita un mundo infinitamente enriquecido por los motores de búsqueda. Desde las conversaciones adolescentes repletas de citas eruditas hasta la espontaneidad con que programan un videojuego basado en la lucha armada de los 70s, todo remite a la facilidad de teclear y encontrar.
Así, la primera novela de Pola revela un estadio adolescente de internet, ya no monopolizada por geeks, sino sumergiendo toda la vida en una nueva atmósfera. Las fiestas, los juegos y la sexualidad pasan a estar inmersos en el mismo flujo que la historia, el psicoanálisis o la antropología. Todo está en Google.
En ese sentido es, por un lado, una perspectiva esperanzada (como dijimos, muestra un mundo enriquecido). Pero lo es en la medida en que mantiene un ojo en el pasado. Internet empapa todo, pero mira a la realidad que la precedía para expandirse. Es la época de los blogs, donde los internautas se leen entre sí, se responden con detenimiento. Se mantiene una temporalidad y una atención anteriores a la red; aún no están moldeadas por ella. En el 2008 y para una egresada de la Facultad de Filosofía y Letras, internet puede ser todavía el reverso de un libro; o mejor, de todos los libros.
Las constelaciones, la red emancipada
Las constelaciones oscuras – a mí entender, la más lograda de las tres – es la novela en que la red se libera de su obsesión por el mundo pre-internet. Ya no tiene por qué responder a una función enciclopédica, no es el Aleph de un mundo realmente existente. Aquí, la red es pura productividad: no informa sobre especies animales extrañas, las crea; prescinde de la erudición porque está gestando un mundo nuevo. La fascinación que produce es el efecto de la hibridación entre técnica y organismo, puro germen de la novedad.
En los primeros capítulos asistimos a la perfecta construcción de la bóveda celestial oscura y estrellada que recubre todo el libro. A veces se mezcla con el techo de cuevas repletas de insectos, o con el espacio vacío de internet. Este mundo alucinado, confuso y productivo, sostiene íntegramente a la novela. El pasado ya no importa, se crea uno en que el Mercosur es una potencia tecnológica a nivel mundial. Cassio, el protagonista y hacker estrella, ya no habita un ecosistema que coincide con el de la cultura. No se entiende en absoluto con Melina, una estudiante de comedia musical que trabaja con él. Su mundo ya no se adapta al universo pre-internet como pasaba en Las teorías; está creando un espacio nuevo, una renovada lógica de la vida que trae sus propias reglas.
Hasta el año 2015, las redes sociales se encontraban meramente en poder de todos los elementos que constituían una persona, según los parámetros reduccionistas de sus relaciones sociales, familiares, consumos, intereses, preferencias, educación y búsquedas secretas. El enorme, nuevo continente de datos representaba el nuevo mundo por descubrir: había que diseñar los sentidos, el tacto, la vista que pudieran percibir ese laberinto; construir un Leviathan hecho de formas de percibir e interpretar la información.
Las constelaciones oscuras, Pola Oloixarac
Ya no es la era determinada por Google – si bien éste sobrevive aumentado, ya no como motor de búsqueda sino como megaempresa –, es la era de internet como territorio marítimo. Como señala Carl Schmitt, el mar es un territorio imposible de asimilar a la tierra: su fluidez hace de lo político algo imposible. El mar como superficie inestable no permite fundar un Estado ni definir bandos. Internet, en Las constelaciones, es la pura anarquía, tanto con su capacidad de creación como con su peligro.
En esta novela, los personajes desconfían entre sí, se desconocen, se traicionan. Y sin embargo tienen un poder irreductible: los Estados y las corporaciones son cachorros indefensos frente a su capacidad de generar virus, de hackear cuentas y de obtener información. Son una especie de dioses-piratas deambulando por un mundo que no les interesa. Si ejercen su poder, lo hacen por capricho.
Vivimos en una época tan poseída por los demonios que sólo podemos practicar la bondad y la justicia en la más profunda clandestinidad — murmuró Max –. Descendimos tanto a la oscuridad que ya no se separa de nosotros. No hay luces afuera del sistema. La clandestinidad es el único sistema.
Las constelaciones oscuras, Pola Oloixarac
El desinterés de Cassio y su etnia hacker por el mundo que habitan físicamente. es el producto de percibir su trivialidad. Las redes sociales revelan la totalidad de los datos, los vuelven representables y accesibles, y aún así no sirven para nada innovador. No sirve hacer legible el mundo previo a internet a través de internet; hay que infiltrar la lógica cibernética en las cosas para ver más allá. La legibilidad del mundo depende de su transformación.
Le parecía absurdo creer que escondiendo la cara serían invisibles al Estado; hay tantas otras maneras de poseer la información, ésa es prácticamente trivial. La única manera es ser otra especie, transformarse en otra cosa.
Las constelaciones oscuras, Pola Oloixarac
Mona, etapa superior
La tercera novela de Pola Oloixarac parece ser, en principio, de un mundo ajeno a las dos anteriores. Su exclusión de la saga podría ser la entrada en el mundillo literario: sería un texto sobre concursos, escritores pintorescos o ridículos, discusiones de cuerpo presente en un teatro de identidades. No sólo en cuanto a su contenido, sino también a su forma, Mona parece ser parte de otro proyecto. La prosa es más fluida, sólida, abandona la artificialidad tambaleante que identificaba a Las teorías; la inquietante insistencia en lo feo, deforme o asqueroso es reemplazada por una veladura a veces inverosímil que disimula heridas e intoxicaciones; la cultura ya no decodifica el mundo real ni crea el mundo nuevo, sino sólo expresa excentricidades personales, es una marca de identidad (“¿Quieres escuchar a T.S. Eliot en griego? A veces traduzco contemporáneos al griego antiguo, para ver cómo suenan”)
Sin embargo, esto no parece ser todo. Una lectura en serie con las novelas anteriores permite pensar Mona como un texto sobre el tercer estadio en la relación internet-mundo. Leída bajo ese prisma, Mona es la novela de la era de la Tendencia. Trabaja sobre la lógica de Twitter, que es tanto la red social por excelencia de escritores e intelectuales como la que glorifica la exposición de lo trendy. Genera una maquinaria que invita a expedirse sobre cualquier tema, a la vez que establece los más populares, sobre los que el usuario debería estar hablando para no quedarse afuera.
De esta forma, el mundillo literario es, literalmente, el mundo de la tendencia. La creación técnica no fue, como se esperaba en Las constelaciones, un mundo nuevo. O lo fue en un sentido muy pobre. El funcionamiento de las redes creó efectivamente un modo propio de la cultura, pero resultó un modo chasco. Pola Oloixarac lo retrata a veces imitando (la prosa sofisticada se cruza con códigos twitteros: “Pero en ese momento puntual, #rightnow, de la vida de Mona, el tema no era tanto el libro que había escrito…”, “No quería recordar, dio RT automático”). A veces lo tematiza directamente:
Era curioso que incluso el movimiento feminista #MeToo se hiciera eco de este sentido, aun si no lo explicitara, porque #MeToo quería decir literalmente pound me too, lo que en español de las colonias sería dame masa a mí también, rompeme toda, cogeme a mí también, etc.
Mona, Pola Oloixarac
La cuestión es que no sólo la forma se hace eco del mundo Twitter. Los personajes también son versiones diversificadas de personajes de la red. No ejecutan acciones, sólo se muestran en función de una serie de axiomas que les dan identidad. Marco, el escritor colombiano, considera que Sudamérica tiene como mandato la revolución. Habla de Marx y del Che, gesticula con aire de telenovela e intenta seducir a todas las mujeres que se cruza. Shingzwe, la japonesa, es delicada y elegante. Escribe poemas breves y conmovedores, pero sobre todo vive poéticamente: volviendo de la playa, trae arena en sus manos hechas un cuenco. Quiere llevársela a su esposo para que sienta lo que pasó cuando ella le cuente sus días. Mona se pregunta: “¿Se podía hacer literatura-vida así, a fuerza de pactos incesantes con los detalles?”.
Los ejemplos se multiplican. El problema, tal como lo plantea la novela, no es que los escritores sean estereotipados o caricaturescos. Es que su obra, su vida y su percepción de la realidad se superponen en ese teatro de identidades que genera el mundo Trend. Hay dos personajes que lidian con esto de maneras alternativas. En primer lugar, Mona, la protagonista peruana, que da una vuelta sobre su identidad: a veces ironiza, a veces la aprovecha astutamente, a veces la padece. En segundo lugar, Sven, “el escritor alpino de no ficción”, que se sustrae de esa lógica. Es el único que Mona no encuentra en Google cuando stalkea a los asistentes al concurso. No se considera escritor, e incluso sopesa ser un mal periodista. De alguna manera, parece fracasar de entrada: al abstenerse de poseer una persona cibernética, Sven se asegura la inexistencia de su obra literaria.
El punto nuclear, donde se radicaliza el conflicto, es en el tratamiento twittero de la violación seguida de asesinato de Sandrita. Durante la novela, Mona sigue el caso de una niña desaparecida en Lima. O el caso la sigue a ella, porque en verdad se le imponen las noticias a través de Youtube y Twitter. En las redes se mezcla todo, los insultos de haters que le llegan a ella, los mensajes de los tipos con los que tiene sexo por videollamada y las novedades de la desaparición de Sandrita. Por la niña no se pide justicia al Estado, se pide RT (retweet) por la desaparición. Para evitar ver y recordar, Mona da RT (“No quería recordar, dio RT automático”). El sistema de la tendencia muestra, pero también suaviza. Diluye el conflicto en un pronunciamiento que no necesariamente conlleva implicación personal.
Cuánto duran y quién los ve
Bajo esta luz podemos entender algunos puntos del último capítulo, que de otra forma parecerían un apresuramiento o una resolución torpe. En los dos últimos capítulos, elementos que habían aparecido salpicados a lo largo de la novela configuran una solución semi-mágica a todo lo que está pasando. Mona se está por acostar con Sven, el escritor sin atributos (más que ser buenmozo), y él descubre que su cuerpo está repleto de moretones y cortes. A lo largo de los capítulos anteriores, Mona se pregunta algunas veces cuánto tardan en irse los moretones, y se cubre uno en el cuello con un pañuelo. A su vez, intenta encontrar de a ratos a Sven, que la atrae sin demasiada contundencia. En el párrafo en que Sven descubre las heridas, Oloixarac da una explicación que parece ridícula:
Bajo la luz fría de la lámpara del techo, era incluso más impresionante. Las manchas azules de los hematomas le cruzaban los muslos, además de otras marrones que empezaban a formar una aureola amarilla. Tenía cortes, moretones en todas partes. En el sauna, Lena no había podido verlos, porque la oscuridad la había cubierto y estaba muy distraída para ver otra cosa que su propia idea de Mona. La otra persona que había estado con ella en el sauna, Akto Persson, existía en su propio mundo heleno-nórdico, donde los cuerpos de las mujeres en un sauna no son decodificados de manera sexual, y por lo tanto apenas se registran.
Mona, Pola Oloixarac
Recordar estos episodios para dar una solución tan chata a cómo no vieron su cuerpo repleto de heridas es extraño. Que Sven esté ante una luz fría y los demás estén distraídos no parece ser una razón suficiente para no ver un cuerpo destrozado enfrente de uno. Más bien, pareciera que la respuesta correcta al problema es de naturaleza especulativa, antes que de sucesos empíricos.
En la medida en que Lena y Akto son estereotipos fuertes (Lena es gorda, resentida y está obsesionada con la figura del “monstruo”; escribe literatura infantil y odia a Mona por su belleza y delgadez. Akto es sueco, parco y sólo le interesa escribir. Para eso resigna hablar; anda desnudo por todas partes, completamente desadaptado de las costumbres del resto del mundo). Son personajes forjados bajo la producción twittera de identidades, y por lo tanto no se implican realmente en nada de lo que ven en el mundo físico. Reproducen una dogmática que coincide punto por punto con su identidad.
Sven, en cambio, sustraído absolutamente a esa lógica, ve las lastimaduras de Mona y comprende la pregunta que insiste en distintos momentos del texto. “¿Cuánto duran los moretones en el cuerpo?” es una formulación que enfrenta a la tendencia, es una piedra frente a lo trendy. La persistencia de los moretones es la fuerza de la vivencia contra una lógica que decepciona a la esperanza que generaba internet en Las teorías salvajes y Las constelaciones oscuras.
Claves para un final
El vértigo final de la novela también encuentra una explicación en esta lectura. Leído distraídamente, el último capítulo podría ser propio de César Aira. En el sentido de que la autora construye el relato según ciertos planos, y en el último minuto echa todo por tierra entre risas. Pero Oloixarac no parece adepta a ese cualquierismo, y si el resultado genera reminiscencias, los caminos son totalmente distintos.
Aira escribió muchísimas novelas a un ritmo desaforado, y su negligencia respecto de los finales responde a una visión de la literatura que cultivó durante años. Pola Oloixarac, por el contrario, escribe con relativo detenimiento – como decíamos al principio, hay no pocos años entre una novela y otra – y las premisas de sus textos parecen tener un contenido más difícil de abandonar que las de Aira. Cuando Las teorías plantea una discusión respecto de la percepción del campo cultural sobre la lucha armada en los 70, no parece algo que Oloixarac pretenda soltar con ligereza, largar una carcajada y ponerse a escribir otra cosa. No quiere decir que haya una solemnidad en la escritura, sino que se percibe una implicación personal enfrentada a la que generan las redes sociales.
Es por eso que el tratamiento de la lógica twittera no debe leerse como una banalización del texto, sino como una objetivación de un proceso banal. El desconcertante cierre de la novela, donde una bestia mitológica emerge del lago contra un cielo de tonos sanguíneos y destruye todo, no es producto de la desprolijidad. Más bien es el resultado de la lógica twittera aplicada al campo literario, que arrasa con todo sin distinciones. Ante la inminencia de un torrente de agua que promete destruirlos, los escritores rezan, gritan, corren, se abrazan. Desde el cinismo hasta la fantasía ingenua, toda expresión literaria es devorada por el tsunami de la tendencia. Incluyendo, claro está, a Mona y Sven, que intentaron sustraerse.
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